Adrián Ferrero | Crónica de un lector de Cortázar

Cortázar para armar

Por: Adrián Ferrero*

Hay un primer Cortázar, en su doble profesión de escritor y traductor. Yo había tomado la decisión de estudiar la carrera de Letras en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Estoy hablando del año 1987, para que adopten la distancia histórica que estoy proponiendo evocar en esta crónica. Y entiendo que como primer paso para esa educación intelectual me impuse la de ser un lector exigente de uno de nuestros cuentistas más emblemáticos. Empecé por la antología que Borges había compilado de los cuentos de Cortázar para su colección Biblioteca Personal, iniciada hacia 1986. Sintomáticamente el de Cortázar era el primero de toda la serie. Convivió con ese Cortázar cuentista el Cortázar traductor de los cuentos completos de Edgar Allan Poe, leídos en simultáneo en ese último año de bachillerato, por mi cuenta. No sé aún cuál de los dos me resultó más impresionante. O más inolvidable. Pero todavía hoy recuerdo el estremecimiento de ciertos momentos. Probablemente “El tonel de amontillado” o “El gato negro”. O no, “El corazón delator”, son relatos que estremecen. Guardo un recuerdo tan vívido de ambos cuentistas, de ciertas escenas, de ciertas situaciones siniestras, que difícil me resulta separar al uno del otro. Por lo demás, la traducción es magistral. Muchos años más tarde, llegaría la otra gran traducción de Cortázar: la de Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Igualmente perfecta. E importante en lengua española. Y más tarde aún la de Robinson Crusoe. Otra traducción importante también para el español. Sospecho que de difícil realización en virtud de que se trata de una obra literaria que no es contemporánea sino que se remonta a 1719.
     ¿Fue por entonces que también llegó Bestiario, ese libro iniciático, que nos sume de lleno en el mejor Cortázar? ¿su primer libro de cuentos, el que lo hace entrar de lleno por la puerta grande de la literatura argentina con su nombre propio? Yo tenía 17 años. Ahora tengo 50. Mi memoria no solo es difusa sino tornadiza. Trastabilla si la apuro. Sí soy capaz de evocar lo fabuloso de las tramas, la perfección de la arquitectura de cada relato, la palabra sabiamente elegida, la construcción de la frase precisa, lo angustiante de ciertas atmósferas. Mi asombro al verificar su precocidad para escribir cuentos tan redondos. Se trataba de relatos que no  presentaban fisuras. Y al mismo tiempo eran tan geniales que parecían escritos al dictado. Un cuento particular al que soy particularmente sensible: “Ómnibus”. Leído una y otra vez. Con ese colectivo por dentro del cual dos personas están lentamente confinadas, por un chofer que, amenazante, los amedrenta hasta que logran en una de las paradas saltar y salir de ese espacio prácticamente gótico.
     Elegí Alguien que anda por ahí para escribir un trabajo final para promocionar un seminario de posgrado en la Universidad Nacional de La Plata sobre el autor argentino hacia 1999 que no gozó de buena reputación para el docente a cargo. Siguió un derrotero más bien desangelado y tampoco me preocupó demasiado porque estaba menos interesado en promover el seminario (cosa que sí ocurrió), que en bucear en profundidad en ese libro, contemporáneo del golpe de Estado en Argentina en 1976. Seguramente mi lectura fue simplista o acaso el docente no la compartió. De todas formas, es uno de mis libros de cuentos favorito. Creo recordar vagamente que alegó cuestiones relativas a su presentación. También recuerdo que mi lectura iba en la dirección de pensar ese libro como respuesta cultural a la citada dictadura militar de por esos años.
     Leí quizás por esos años una biografía, no demasiado extensa ni exhaustiva, pero que me sirvió como punto de partida para reconstruir ciertos compases fundamentales de su carrera, de sus amores, de su vida errante por Argentina como docente, de la política. También de sus amistades. Un contexto familiar complejo, por no decir conflictivo. No obstante, como no soy chismoso, estos libros suelen dejarme sin cuidado y no encender mi deseo por seguir hurgando en la intimidad sino más bien en mantener en la discreción los detalles de la vida íntima de las personas. Estaba interesado en el Cortázar escritor. No en el Cortázar llenos de secretos.
     Siguiendo con una biblioteca/Cortázar para armar, está el Cortázar de una antología no demasiado extensa que prologó la escritora Luisa Valenzuela, en la que reviví hace  ¿tres años?, entre otros, los siniestros episodios acaecidos en “Casa tomada”, que creía tener tan presentes como si los hubiera leído ayer, pero que había olvidado por completo. Un vago contenido comenzó a contornearse, hasta converger en la figura definitiva de ese universo igualmente opresivo, que naturaliza tal estado, pero que ha terminado, a esta altura, por formar parte de mi capital elemental como lector. El tiempo no le había ocasionado una sola arruga. Intacto, inamovible, el brillo de “Casa tomada”, se mantenía invicto. Me detuve en nuevos detalles. En la frase, en su musicalidad virtuosa. En la voz construida que refiere los sucesos. El encastre de cada sustantivo del cuento, como las caras del ciclo inexorable de un astro de una constelación de sentidos que se cerraba irremediablemente hacia el final. La voz de un narrador que construía un universo de duermevela genial. O de pesadilla.
     Los premios y Libro de Manuel no los recuerdo como títulos que me hayan impresionado especialmente. Cortázar donó lo recaudado por sus ventas para una causa que consideró  justa y oportuna. Como les decía, si bien no fueron libros que dejaran una huella indeleble, no menos cierto es que Cortázar mantenía un nivel en su excelencia como escritor que raramente decaía.
     Hubo un Las armas secretas con una anécdota personal, que hago a un lado. Logré captar allí, creo que por primera vez, la construcción psicológica de los personajes de Cortázar, sutil, gradual, perversa incluso por momentos, que nos conduce hacia pasadizos ominosos. Pero sobre todo que lo hace en forma escalonada, en un proceso del que nos damos cuenta cuando ya ha tenido lugar. Pero somos capaces de reconstruir retrospectivamente. Eso es lo más nefasto de su cara siniestra. Su posibilidad de ser reconocida. Una y  otra vez. Como lector, como persona lectora a la que le pasan cosas a medida que avanza en la lectura, uno se involucraba en esos cuentos con sucesos indeseables por momentos.
     Hubo el Cortázar leído en una antología, ahora que lo recuerdo, el de “Continuidad de los parques”, cuya circularidad recordaba en su estructura a una cinta de Moebius o bien a la célebre serpiente que se muerde la cola. Esta estructura constructiva del cuento la detectaría en otros, no menos espeluznantes.
     Hubo un Cortázar que fueron sus tres volúmenes póstumos de la Obra crítica, que prepararon los académicos Saúl Yurkievich, Saúl Sosnowski y Jaime Alazrraki. Releí Teoría del túnel, el primero de ellos, para uno de mis libros recientes, y para ser tan temprano lo recuerdo como el libro de un hombre asombrosamente culto. Era el libro de un escritor que había dejado hacía rato de ser un aprendiz. Y de ser un autor ingenuo. Era dúctil y se movía grácilmente entre signos. Allí postula, creo recordar, la relación entre surrealismo y existencialismo sartreano, poniendo en evidencia dos costados complejos del arte literario pero también del filosófico, ambos que querían cambiar el mundo pero conjugarlos no era tarea sencilla. Convengamos que entre la escritura automática, los cadáveres exquisitos y El ser y la nada o El segundo sexo, había un abismo. Sin embargo, ya ven, a Francia siempre se regresa o de ella jamás se parte. Pese a que se escriba en español. Y en el español de la década del ’40 o del ’50. No obstante, el libro abundaba en otras referencias y claves bibliográficas. La metáfora del túnel hacía referencia, precisamente, a que una literatura innovadora debía cavar bajo los cimientos de una literatura institucionalizada, burocratizada por la Historia literaria para encontrar de veras una vertiente que renovara sus corrientes estéticas.
     Hubo el Cortázar con esa suerte de retrato evocativo que es el libro de la uruguaya radicada en Barcelona Cristina Peri Rossi, en el que resume el relato de una entrañable amistad. Algunos compases de su afinidad en la que él prácticamente se había sentido conquistado por ella. Es un libro breve pero elocuente.
     Estuvo el Cortázar de un álbum en CD que escuché mil veces, con su voz tan singular recitando poemas y breves cuentos en mi equipo de música portátil a lo largo de distintos momentos de mi vida, algunos que tengo perfectamente fechados, incluso recientes, en una casa en la que viví. Era un Cortázar para la soledad. Para esos momentos en que uno se queda voluntariamente sin compañía. Y desea también hacer lo que se le viene en gana. Y ese “venir en gana” tenía siempre que ver con escuchar la voz de un escritor venerado que de pronto daba la impresión de hacerse presente como el mismo espectro de uno de sus cuentos. Una voz singular, caracteriza por rasgos nítidos (como lo fue la de Borges), reconocible en su caso por su pronunciación cerrada que no solo tuvo que ver con su acento francés sino con cuestiones fonoaudiológicas. 
     Me costó siempre leer crítica sobre Cortázar, pero los Prólogos de Yurkievich, Sosnowski y Alazrraki fueron lo suficientemente contundentes en ese sentido. Suplieron con una  mirada de conjunto las grandes líneas teóricas y críticas que desde los estudios literarios se podían trazar a través de una lectura de su poética, en el seno de la cual subrayaban estos ensayos. Contextualizaban en la Historia y en la Historia cultural la poética de Cortázar.
     Leí el libro de diálogos con Omar Prego, interesado por conocer al Cortázar del más acá de los libros, Julio Cortázar. La fascinación por las palabras. Y me resultó a mí igual de fascinante. La recuperación de su infancia recuerdo que me impactó particularmente. Me pareció significativa por su modo de percibir el mundo a edad tan temprana, entre lo mágico y lo extrañado. ¿cómo no iba a ser escritor alguien con semejante poder de afán lúdico e imaginativo?
   Hubo un Final del juego, interrogando sus cuentos, a sabiendas de que eran más complejos de lo que mi discernimiento podía alcanzar. Algunos lo señalan como el mejor de todos sus libros de cuentos. Recuerdo uno de ellos, precisamente el que da título al libro: el del juego de las estatuas de las adolescentes. Los papelitos que el extraño les arroja desde el vagón ¿cómo olvidar este otro “final del juego” que era para nosotros sumergirnos en historias tan portentosas, tan verosímiles por cómo estaban narradas pero tan sobrenaturales por sus contenidos? Este punto resulta crucial en Cortázar: lo que narra lo hace tan naturalmente, que el lector lo asume como si se le estuviera resumiendo el argumento de un paseo cotidiano. Cuando en verdad están aconteciendo cosas temibles o fantásticas. O acaso las que hacen perder todo sosiego. 
     Y hubo varios films basados en sus cuentos. Uno argentino de Manuel Antín. ¿El otro? Por supuesto Blow up. Un film con el que Cortázar extrañamente no quedó conforme. Habría que atender a sus motivos. Recuerdo escenas con payasos jugando al tenis. Modelos femeninas con los ojos cerrados. Un hombre en un auto descapotable. El estudio de un fotógrafo. Un parque. Recordemos que el film está basado en el cuento “Las babas del diablo”.
    Me impresionaron mucho sus libros/objeto, el que escribió con su mujer Carol Dunlop, Los autonautas de la cosmopista, que ya de entrada sienta las bases de un pacto lúdico. Debió pedir permiso legal para realizar ese viaje. Y su cuento “La autopista del sur” seguramente, si bien no manejo fechas ahora, de seguro estuvo vinculado a ese viaje. También evoco el libro que habla de las dos plantas del libro, planta alta y planta baja, cuyo título era, si mal no recuerdo, Último round.
     Y ahora que lo recuerdo (y por algo será) hay un remoto Cortázar, el de Historias de cronopios y de famas, leído en el colegio secundario alrededor de tercer año, dando permiso a toda la literatura argentina para que se permitiera jugar. María Elena Walsh haría lo propio desde la literatura infantil y juvenil, desacartonando a los ejecutivos. Un Cortázar que inventaba lo que no existía, que es naturalmente lo que suele hacer la buena literatura. Pero él lo hacía de un modo distinto. Creando nombres de seres, de entidades, atribuyéndoles costumbres y propiedades, rasgos de carácter que lo enfrentaban y lo distanciaba a la vez de sus colegas.
     Creo que Cortázar además de dejar cuentos de un alto nivel de perfección, deja la lección del humor, de la creatividad inusitada, de la desmesura en la libertad, de una literatura que se lo puede permitir todo. Esa idea de que debemos perder la solemnidad que autores como los argentinos Angélica Gorodischer, César Aira, Copi o Alberto Laiseca, entre otros creadores y creadoras, han aprendido bien y proseguido con sentido de originalidad. Y deja la lección de la forma cuento como un género que debe ser asumida con compromiso exigente y llevada hasta sus últimas consecuencias de deliberación. Sin desestimar la inspiración o la ocurrencia. El Cortázar cuentista es para mí el más memorable. Cortázar solía decir que a ciertos cuentos uno “se los sacaba de encima como  a una alimaña”. Puede que lo hiciera con tal pericia, que efectivamente se desprendía de ellos para que quedaran plasmados en sus hojas de papel bajos sus notas más salvajes.
     No hubo un Cortázar parisino para mí, pero sí seguí su itinerario gracias a una amiga de mi hermano que, tras sus pasos, recorrió filmando su ruta por Montparnasse. Una filmación emocionante, porque pude ver las calles que había pisado, probablemente al mismo ritmo en que él lo  había hecho, pero con piernas de otra longitud. Y al menos una de sus casas. La más conocida.
     Y hubo un Cortázar leído varias veces, extraviado y vuelto a comprar, el de Los reyes, de 1949, un poema dramático, de asunto de mitología griega. Este libro, considerado seguramente una pieza menor en el marco de su corpus, para mí es una pieza clave. Por lo que supone de clave de su relación con la cultura griega. Con la mitología, esa clase de relatos sin tiempo, que aún no tienen dueño, al igual que la literatura popular. De la cual los escritores se adueñan para trabajar tan libremente como así lo deseen. Al estilo en que lo había hecho Italo Calvino con los Cuentos populares italianos, recopilándolos pero dejando una versión por escrito. Esto era distinto. Era el trabajo literario de un estilista sobre un argumento de cuyo grado cero él se apropiaba. 
     Así son las piezas para armar de mi Cortázar. Como los senderos de una Rayuela que debe ser recorrida a los saltos, obedeciendo reglas pero al mismo tiempo con la libertad autorizada de no hacerlo. Y hasta invitando a infringir normas. Este es el Cortázar que yo más he disfrutado. El Cortázar devenido disperso relato. Así como le hubiera gustado a él. Ah, y mi cuento favorito es “La noche boca arriba”.
* Adrián Ferrero
nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Obtuvo tres becas bianuales de investigación de su Universidad y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, todos ellos por concurso. Publicó libros de narrativa, poesía, investigación y entrevistas a escritoras argentinas. Ha editado artículos académicos en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU. y en traducción al inglés. En la actualidad colabora con revistas académicas y revistas culturales de EE.UU. Y realiza colaboraciones parra medios de Argentina. Su obra literaria ha sido distinguida con premios y menciones.

Fanpage: https://www.facebook.com/escritoradrianferrero  
 
Adrián Ferrero | Crónica de un lector de Cortázar Adrián Ferrero | Crónica de un lector de Cortázar Reviewed by Puro Verso on 12/15/2020 Rating: 5

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