¿Cómo nace el poema?

Narrar el poema: génesis y experiencia creativa en la poesía

Por Adrián Ferrero*

Me preguntaba ¿es posible narrar la experiencia del poema? ¿la de su irrupción, primera en nuestra mente, luego en el papel o la computadora? ¿la de su génesis? ¿sus procesos constructivos? ¿la retórica a la que el poeta acude para configurar su identidad? ¿Cómo se organiza en tanto que constructo creativo? Pienso que se pueden realizar aproximaciones. Tentativas. Y que esas tentativas se pueden desarrollar bajo la forma de un relato. Porque la construcción del poema está fuertemente atravesada por la variable diacrónica. No sólo por su tiempo histórico, sino por su tiempo de elaboración. Esto es: todo aquello que le confiere forma y contenido.

Me comprometo en este artículo entonces a un desafío: el de procurar realizar un acercamiento a la producción poética, en el orden del tiempo y en el orden del espacio. Porque el poema también tiene lugar en el espacio. Sea virtual (una pantalla digital) ó sea material (una página en blanco ), como dije, ese desplazamiento del texto sobre una superficie tendrá efectos de naturaleza, en un punto, también física. En ese sentido, el cursor se desplazará, la mano transida se moverá en espasmos hasta darle al poema un cierto esbozo que luego será esculpido como quien esculpe la piedra una vez que la tiene delante. Le otorga un perfil, deslinda formas, contornos, dado que tiene volumen y solidez, la conferirá sutiles facciones hasta dotarla de su fisonomía final. Si bien, lo sabemos, ese poema, como sucedía con Borges, podrá ser sometido, como si fuera un borrador, a sucesivas revisiones de modo incesante a la hora de cada reedición. De modo que les propongo como hipótesis la posibilidad de la reconstrucción de cómo un poema llega a ser lo que es una vez concluido. Y que esa hipótesis, si bien no pretende ser demostrada, sí en cambio aspira a ser y a hacer del poema una etapa. Que tiene un desencadenante, un conflicto (digamos) y que adopta la vivencia de un precipitado sobre la pantalla ó el papel. Algo se derrama, emitimos alguna clase de energía, por ponerle un nombre, a la cual hacemos todo lo que está a nuestro alcance para nombrar. Pero también para pulir hasta quedar satisfechos con su resultado. Esa energía que brota de nosotros va al encuentro del lenguaje, de la lengua, y da forma a algo que era informe, plasma un momento de la subjetividad de un sujeto en el que resolvió que la expresión fuera su manifestación. Una expresión, en este caso, discursiva y más concretamente poética lo que le otorga una cierta clase de singularidad respecto de otros géneros literarios.

En efecto, un poema puede irrumpir en nuestras vidas de muchas maneras. Estallar por estímulo musical. Sentir uno el impacto emocionante por algo o alguien. Evocar un jirón del pasado que se torna particularmente expresivo al hacerse presente. “Escuchar”, internamente una frase que de modo insistente no nos abandona hasta volverse obsesión y puede convertirse en el primer verso que dé lugar a una cadena significante que luego conforme el poema en su versión total o, al menos, en un borrador. Experimentar un estremecimiento producto de alguna clase de estímulo del mundo que nos rodea. El despertar de un sueño puede ser otra puerta; las reverberaciones de unas palabras que aparecen en la lectura de otro poema o de cualquier texto, no solo poético , por ejemplo, una imagen visual: un cuadro, una fotografía, el fotograma de un film que nos reenvían automáticamente a un verso o a una representación mental que será verso, aunque no lo sea de modo definitivo. En fin, esta es una descripción más o menos general, somera, racional y, al menos en mi caso, según la cual habitualmente funcionan los procesos creativos vinculados a la poesía que por cierto no son regulares, esto es: no se presentan bajo la misma forma toda vez que escribo un poema. En cada oportunidad que escribo un poema será distinta su irrupción en mi vida y en el contexto de lo que procuraré convertir en poema mediante un proceso creativo. Este es el modo mediante el cual pretendo un imposible: traducir a conceptos el modo como una energía del orden de lo innominado, una suerte de magma muy primario, llamémosle ígneo, asociado a todo aquello que no suele, precisamente, tener palabras, de pronto las exige de modo demandante. Luego vendrá, a partir de esa imagen, el disparador o frase inicial que “abre” el proceso creativo, un encadenamiento asociativo con otros versos, que iremos guiando más o menos racionalmente, más o menos musicalmente, siguiendo una determinada cadencia interna distinta en cada caso que puede parecerse a una melodía. O quizás lo que guía ese poema en cambio estribe en el orden de las ideas, de sus contenidos, de los significados y de allí a los sentidos, que lo conducen al orden de la intelección, del pensamiento abstracto ó, por qué no, el concreto.

Sin embargo, el poema suele ser todo lo contrario. Suele ser manifestación sensible. Hasta incluso sensación o percepción material. Se parece a una composición. Porque tendrá tonos, ritmos, énfasis, alturas o descensos más o menos bruscos, una puntuación que irá poniendo e imponiendo sus límites o momentos al fluir de las cadenas que conforman el poema. Puede que exista leitmotiv, porque hay poetas que repiten versos o estrofas en sus poemas. Puede que el poema responda a una estructura clásica (como el soneto), a la cual se ajusta, como una estructura matemática, pitagórica, digamos, que tenga ó no rima o quizás se expanda hacia el verso libre. Por último, que se condense en la prosa poética, una forma abigarrada en la cual la prosa se carga de una densidad semántica sin precedentes si está realizada por un buen poeta.

En la experiencia del poema, el silencio, a mi juicio, es primordial porque el poema marcará así la diferencia entre el sonido y sus pausas, entre el blanco de la página y el negro de la letra. Pero también su velocidad y su volumen (si es más alto o más bajo, agudo o grave, también, según cómo estén distribuidas, si las palabras son agudas, graves o esdrújulas, por ejemplo). Ese silencio a la hora de la creación para ciertas personas resulta esencial porque les permite “escuchar” al poema mientras es leído internamente o en voz alta. Se lo puede recitar, se lo puede declamar. Lo escuchamos interiormente, lo circundamos con la lectura hasta abarcar su totalidad. Luego, a su debido tiempo, esa musicalidad será sometida a toda clase de intervenciones con el objeto de que se ajuste a un ideal de texto.

Film "Paterson", Dir. Jim Jarmusch, 2016

Los versos pueden encadenarse con facilidad o provocar terribles momentos durante los cuales los poetas sentimos la sensación de no poder avanzar, quedarnos atrapados en la encerrona de un vacío, de una zona con la que la palabra tropieza y, dado el caso, podemos hasta descartar ese poema con irritación o no, desembarazarnos de él como si fuera una alimaña (decía Cortázar de los cuentos cuando le llegaban casi escritos, se apoderaban de él, este sería el caso contrario, no poder escribirlos). Depende de cada contexto de producción. Esta circunstancia puede acontecer por impotencia de hallazgos de recursos, por angustia de inminencia o por ausencia de resolución; tal circunstancia provoca un estado de tensión o, si hay solución, de alivio y de gratificación. Y si hay finalización exitosa, esto es, conformidad, alegría, triunfo, puede que hasta euforia. Las emociones extremas también se ponen en juego en la escritura en los instantes en que sus extremos son los más difíciles: cómo empezar un poema, a qué altura de su desarrollo. En qué momento terminarlo. A qué altura de su desarrollo o proceso ¿Dónde poner el punto final? ¿seguirlo en otro momento? ¿dejarlo descansar por varios días o semanas? ¿darlo por terminado sin demasiadas correcciones sin revisiones porque pensamos que reescribirlo podría ser contraproducente? Puede que sí, puede que no, según los casos.

Una vez realizada la primera versión del poema se lo percibirá como una provisoria totalidad que el poeta trabajará como sustancia maleable. Modificando, cambiando de lugar versos, suplantando palabras, podando, buscando otras palabras que introduzcan leves matices de significado en el léxico, agregando versos que antes no figuraban, disponiendo la puntuación de otra manera o bien, entre otras muchas operaciones, tomando la decisión de realizar cambios. En ocasiones hay podas o agregados que cambian por completo la fisonomía originaria del poema tal como había sido concebido. También, dado el caso, el poeta se debate entre si tendrá un título, una numeración en el contexto de una serie o permanecerá sin título alguno. En ocasiones el poeta está escribiendo un libro, en cuyo caso hay ya un plan trazado más o mentalmente. Eso le da un pie. Como quien dice: “tiene un apuntador”. En otros casos no, se trata de iniciativas aisladas que se van reuniendo hasta que en algún momento cobran una cantidad necesaria como para armar un libro. El poeta los reunirá (de allí la tan socorrida expresión “poesía reunida”), seguramente hará lo posible por encontrar entre todo ese conjunto de poemas una coherencia interna con secciones o bien una ordenación a partir de sus temas o sus formas. En fin, ese es un criterio extremadamente personal. En mi caso, los libros de poesía que estaba a punto de comenzar a escribir han ido llegando como ideas muy generales, vagas, pero bajo un cierto recorte de un significado identificable, que iba lentamente descubriendo cuántas dimensiones o aristas tenía. Como una madeja que comienza a desenrollarse. Pero más recientemente debo reconocer que irrumpen por separado, tienen poco o nada que ver los unos con los otros  y si bien siempre existe la sospecha de por dónde vendrá el próximo libro, o bien alcanzamos a vislumbrar la punta del iceberg por debajo del cual estarán sus contenidos y sus formas, ahora llegan de modo aislado. Son muy dispares y me pregunto seriamente qué criterio utilizaré para confeccionar un libro. Los contenidos y las formas son todos muy diferentes. Y se han ajustado tanto a búsquedas como a ocurrencias momentáneas. De ocasión. En algún caso me he propuesto escribir un poema deliberadamente, poniéndome a investigar, empapándome de un espacio o una ciudad, de un país y me ha salido o bien una serie o bien un poema por separado. Porque hay poemas para los cuales en algunos casos uno realiza un trabajo de documentación e investigación. Ignoro si el resultado es en todos los casos óptimo. Pero es otra forma de dar pie a la creación: la creación ha sido regida en esos casos por la voluntad, en la cual los procesos psíquicos más misteriosos no dominan el contexto de producción creativo. O no lo parece al menos. Sino que una decisión tomada de antemano. La palabra en el poema se carga de tal peso, de tal densidad, que da la impresión de que casi puede tocarla. Se produce una suerte de estado de ebullición del lenguaje en el que las sensaciones del poeta sobre lo que escribe y lo que su voz dice a través de lo escrito (una voz distinta) causa tal sacudida y tal vibración que despierta altas temperaturas. Temperaturas que pueden llegar a lo intolerable ó bien a instantes de mucha fogosidad. También de un gran entusiasmo y hasta, para algunos, de exaltación. Llegado este punto, el poeta siente incluso en el cuerpo la experiencia del lenguaje (si es que no la sintió ya de antemano). Lo siente de otro modo de como habitualmente lo registra; lo registra como un foco que en el poema se resignifica de modo total, brutal, salvaje, indómito, inmanejable.

La palabra “es” de otro modo en el poema. Deja de ser lenguaje cotidiano para pasar a ser literatura. Es lenguaje extra cotidiano. Ya no es lenguaje instrumenta. Esa transición, ese tránsito es un tránsito peligroso. Porque escribir es peligroso. Y a mi juicio escribir poesía es más peligroso más aún. Nos deja en estado de desasimiento. En un asunto tan delicado, las emociones pueden desestabilizarse. Para un lado o para el otro. Para la angustia o para la euforia. Estamos a merced de estados extremos. El lenguaje es ígneo. Es cierto que también existen esos poetas de la calma, de la contemplación. Pero ¿llegan a la calma mediante la calma? ¿O deben entablar también una batalla cuerpo a cuerpo con el lenguaje? Tres esa apariencia apacible subyace otra clase de ebullición. Las emociones se ponen en juego y en ese caso conviene cuidar un equilibrio para que no se produzcan momentos que desboquen al sujeto. Pero si se trata de un buen poeta, atraviesa por la experiencia de la literatura consiste en atravesar por la experiencia de, por un lado, lo que no tiene nombre y hay que combatir a como dé lugar con las palabras mediante una manera de nominar lo que no admite ser cubierto por el tegumento de la lengua. Aproximarse lo más posible a lo que aspirábamos a decir ó a escribir pese a lo que hay para decir ofrece resistencia. Por lo tanto, ya estará entrenado en contar con una fortaleza notable. Por otro lado, escribir otorga sentidos. Al escribir, al hacer, al existir. De modo que también la escritura es fuente, en este otro caso, de un fundamento para seguir siendo un creador o creadora. Para proseguir el acto creativo tan cautivante como ensoñador. Se trata de que el acto creativo tenga sentido para nosotros y que sea socialmente significativo para otros también. El poeta desacomoda el lenguaje, lo desordena ,lo destroza tal como está naturalizado al ser percibido según suele hacerlo el sentido común, los lugares comunes, tal como la prosa y la lengua instrumental se han apoderado de él. La vida ordinaria definitivamente no es poética. O debemos mirarla de un modo singular para encontrar poesía en ella. El poema, manipulando el lenguaje, crea otra clase de mundo. Un mundo autónomo que si bien alude al mundo, también se agazapa en sí mismo. Feroz, dispuesto al zarpazo mortal.

* Adrián Ferrero
nació en La Plata en 1970. Es escritor, crítico literario y Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Obtuvo tres becas bianuales de investigación de su Universidad y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, todos ellos por concurso. Publicó libros de narrativa, poesía, investigación y entrevistas a escritoras argentinas. Ha editado artículos académicos en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU. y en traducción al inglés. En la actualidad colabora con revistas académicas y revistas culturales de EE.UU. Y realiza colaboraciones parra medios de Argentina. Su obra literaria ha sido distinguida con premios y menciones.

Fanpage: https://www.facebook.com/escritoradrianferrero  
 

¿Cómo nace el poema? ¿Cómo nace el poema? Reviewed by Puro Verso on 11/06/2020 Rating: 5

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